Puentes entre la Psicología Cognitivo-Conductual y la Psicología de la Presencialidad
Por Alejandro Zalba
1) Terapia ocupacional y concentración
Uno de los pilares principales en el tratamiento y rehabilitación de numerosas sintomatologías y trastornos es la terapia basada en la planificación y realización de un conjunto de tareas.
¿Por qué realizar una serie de actividades puede resultar beneficioso para las personas con depresión? ¿En qué medida despertar y hacerse la cama o bajar a la calle y comprar el pan pueden resultar curativos? Existen varias razones:
- En primer lugar, el cuidado de la higiene y la manutención, es garantía de supervivencia. Una casa ventilada, una nevera llena o la ropa limpia tienen su efecto sobre el individuo, independientemente de que éste lo valore o se dé cuenta de ello. Tal como cualquier herida cura mejor si está limpia y desinfectada, la comida saludable y fresca sienta mejor que la comida descuidada.
- En segundo lugar, la actividad nos permite romper la inercia que tienen los estados de absorción psicológica; es decir, generan nuevas experiencias y permiten que se produzcan cambios en la persona. Los cambios pueden resultar más esperanzadores que la estasis, puesto que dan la oportunidad de hacer las cosas de un modo diferente, de verlas desde otro punto de vista. De igual manera, la vida está en constante movimiento; necesitamos movernos para estar vivos.
- En tercer lugar, las actividades que nos mantienen “distraídos”, nos sacan de la condición mental de la enfermedad. Mientras estamos ocupados, nos vemos obligados a reaccionar ante lo que la vida nos presenta, y en esa medida dejamos de sumirnos en nuestro propio pozo personal. Al hacer algo o atender a algo, nuestra mente deriva de nuestros esquemas de sufrimiento y caos, a un estado en donde ha de ordenarse y alistarse para poder realizar la tarea en cuestión.
Ahora bien ¿qué mecanismos son los que intervienen y producen la mejoría? ¿por qué la terapia ocupacional puede abstraernos momentáneamente de nuestros problemas y ayudar a sobrellevarlos?
Cuando la atención se despliega sobre un entorno presencial, se llama concentración. Esta modalidad de atención eficiente tiene la capacidad de seleccionar y organizar la información en función de las necesidades del momento, tanto del individuo como de su entorno. Es decir, es como si produjera salud psicológica y mental.
Pensemos por un momento en un niño que se cae en el parque y se hace un rasguño en la rodilla. Lo único que nosotros podemos hacer es limpiar la herida y protegerla cubriéndola. El resto lo hace a propia naturaleza: traerá células plasmáticas, coagulará la sangre, combatirá la infección, creará una costra y regenerará de nuevo los tejidos.
Es decir, la propia naturaleza se encarga de restablecer el equilibrio en esa zona y de reintegrarla al funcionamiento del resto del sistema. Podríamos decir que hay una inteligencia en nuestro sistema que se encarga de dirigirnos hacia la salud y la pervivencia. No importa lo que lo hagamos, ella siempre opera. Nosotros solo nos llevamos la comida a la boca, masticamos y tragamos; de ahí en adelante, el resto se hace automáticamente. Basta con que no entorpezcamos ese proceso para que éste funcione adecuadamente.
En la percepción también opera esta inteligencia, y esta es la clave de por qué la terapia ocupacional resulta efectiva: la curación psicológica o el equilibrio mental acontecen cuando la persona está atenta al Presente, cuando está concentrada.
Tal como un árbol tiende hacia la luz y nunca puede dejar de crecer mientras esté vivo, la mente tiende hacia el aprendizaje y el amor. Es decir, la mente está sana cuando aprende y cuando ama. Pero esto sólo ocurre en el Presente, y al Presente sólo se lo reconoce mediante la concentración.
Lo que hace que las personas mejoren, o por lo menos que no empeoren, mientras están ocupadas es que mientras hacen sus tareas, tienen la necesidad de concentrarse en ellas para poder realizarlas. Es decir, la terapia ocupacional funciona porque obliga a las personas a estar en el Presente, aunque sea por fracciones mínimas de tiempo.
Al estar concentradas en la tarea, no tienen otra opción más que desconectarse de su caudal interno de pensamientos y emociones perjudiciales, y durante esos instantes, es como si la enfermedad o el estado conflictivo desapareciesen. La continua interrupción de estos procesos depresivos o ansiógenos hace que no crezcan e incluso puede llegar a extinguirlos.
Este proceso de concentración presencial y de reconexión anímica opera en nuestra mente gracias a que no todo en nuestra percepción está orquestado mediante nuestra voluntad. Por ejemplo, la notación de los colores es algo que no puede cambiarse. Uno no puede dejar de ver el color rojo de una manzana y sustituirlo por el verde por mucho que se esfuerce. Su sistema neurofisiológico está predeterminado para responder de un modo específico.
Del mismo modo, cuando la atención es eficiente y está concentrada en un entorno presencial, no puede evitarse que toda aquella información psicológica que no haga parte de ese instante desaparezca y deje de ser procesada y consumida por la persona.
Tal como a un drogodependiente lo primero que se le hace es reducir o retirar el consumo de la sustancia tóxica, la terapia ocupacional trata de utilizar la concentración en las tareas establecidas como antídoto para la reducción o extinción de las oportunidades de fuga del pensamiento y de recreación de la sintomatología dolorosa.
Este desalojo de la percepción de todos aquellos contenidos psíquicos que escapan al tamiz de la concentración, es como darle a la mente lo que necesita para crecer y equilibrarse, para aprender y no enfermar. La atención eficiente actúa como un sistema inmunitario psicológico que protege contra la depresión, la ansiedad y cualquier disrupción del pensamiento o de las emociones.
2) Exposición ante el estímulo temido y Presente
La exposición es una de las técnicas terapéuticas más efectivas de la psicología, tanto para los casos de ansiedad social como para las fobias y los trastornos de pánico.
Las personas tenemos en nuestra mente una gran capacidad para asociar información. Gracias a nuestra memoria y a nuestras funciones ejecutivas superiores, somos capaces de recordar el pasado y compararlo con las alternativas y probabilidades que el futuro puede ofrecernos.
Cuando algo conflictivo o doloroso nos sucede, hay quienes, por diversas razones, generan un fuerte vínculo emocional con esa experiencia y alargan el efecto que ésta tuvo sobre ellos mediante el recuerdo y/o la rumiación constante. Debido a los mecanismos de asociatividad, la respuesta que les produjo dicha situación queda grabada en su mente de un modo muy intenso produciendo una ansiedad muy fuerte a responder del mismo modo ante una situación parecida.
Este cúmulo de emociones, presunciones, anticipaciones, fantasías, cábalas, etc., comienza a cobrar vida propia en la mente de la persona y se convierte en una amenaza interna que presagia resultados catastróficos en caso de volver a pasar por una situación semejante. Frente a este peligro inminente, la persona comienza a reaccionar con ansiedad y pánico ante estímulos que guardan cierto parecido con la situación temida y se produce la llamada generalización.
Por ejemplo, hubo un experimento en el que a un niño se le presentaba un conejo blanco, y cada vez que éste aparecía en escena, los investigadores hacían sonar un ruido estridente y molesto. Al poco tiempo, el niño comenzaba a llorar nada más ver al conejo, puesto que ya lo había asociado con el ruido y con el malestar que le producía oírlo. Más tarde introducían una rata blanca, parecida pero al mismo tiempo diferente del conejo, y el niño comenzaba a llorar del mismo modo.
Las características que el niño era capaz de resaltar como representativas del conejo y que él había asociado con la respuesta dolorosa que le producía el ruido, fueron trasladadas a cualquier otro animal que se le pareciera.
Este proceso de generalización no solo se ciñe a los estímulos potencialmente peligrosos sino que poco a poco va amalgamando otro tipo de experiencias y situaciones. La persona comienza a reforzar las conductas de evitación y huida, y rumia las consecuencias de no escapar cuando tenga la oportunidad.
Este hecho causa mucho dolor en las personas porque acaban renunciando a grandes partes de sí mismas. El miedo se instaura y es reproducido una y otra vez por la mente sin cordura alguna, de manera obsesiva e irracional. De forma automática e inconsciente comienzan a crearse narrativas internas sobre lo que podría pasar, sobre las causas y sus consecuencias, se buscan culpables, se crean estrategias de protección, etc., hasta el punto de que la persona se desconecta de la realidad y vive una historia paralela auto céntrica y ajena a los hechos más objetivos.
Ante este panorama, racionalizar e intelectualizar tiene cierto margen de utilidad pero suele ser insuficiente. Lo que mejor funciona es confrontar a la persona con la realidad y enseñarle cómo las consecuencias que había temido no se reproducen tal cual, y cómo gestionar la situación tal cual se presente.
La exposición suele hacerse de manera gradual. Cuando alguien ha desarrollado una fobia a volar severa, lo primero que se hace es enseñarle algunas fotos de aviones, un billete, un vídeo de un avión despegando, etc. Más tarde se le puede ayudar a llamar a una compañía y preguntar por un vuelo, imaginarse facturando las maletas, etc. Finalmente, puede irse al aeropuerto y ver los aviones despegar, escuchar los sonidos, hasta finalmente tomar un vuelo. La desensibilización sistemática fracciona la escena temida en pedazos y los gradúa para resultar asimilables.
Ahora bien ¿por qué exponerse a aquello que tememos de forma irracional, extendida, prolongada y patológicamente nos ayuda a mejorar?
En estos casos, no son las situaciones las que resultan amenazantes. La situación originaria del episodio pudo serlo, o la tal vez fue la respuesta que la persona dio. Sin embargo, cuando el trastorno se ha desarrollado y el miedo y la ansiedad se han generalizado, las personas respondemos con la evitación ante posturas que no significan aquello que estamos sintiendo o previendo.
El problema principal pasa a ser la película mental que la persona se ha formado y el impacto que ésta tiene sobre la vida de la persona.
Es por esto que la exposición funciona: porque permite que esta respuesta se extinga. A menudo se utilizan las técnicas de relajación y de respiración para gestionar la ansiedad. Las sensaciones de la respiración o de la distensión suelen llamarse “anclajes”, ya que son los puntos a los que la persona tiene que atender en vez de a sus pensamientos o emociones.
Esta es de alguna manera una forma de concentrarse. En la medida en que la persona atiende a su respiración, su miedo disminuye. ¿Por qué? Porque su miedo, en ese caso, no hace parte del Presente. No existe un peligro real en el hecho de ver una foto de un avión, es la mente y la respuesta condicionada de la memoria las que lo traen.
De este modo, cuando la persona se concentra en algo que sí está ocurriendo en el Presente, el componente de estrés añadido tiende a resumirse en los instantes que están aconteciendo.