En este apartado se desarrollan algunos argumentos basados en las investigaciones en psicología y neurología que muestran la inestabilidad del “yo” como entidad individual independiente.
Índice
¿Existe un “yo” sustancial? Las experiencias extracorporales
Como ya se ha comentado, Descartes consideraba que existen dos sustancias diferentes, una que se extiende en el espacio (res extensa), que corresponde al cuerpo, y otra pensante (res cogitans), la mente. De ello se derivan consecuencias muy importantes: la primera es la indivisibilidad de la mente, la cual se entiende como unidad sustancial con existencia en sí misma e independiente del cuerpo; la segunda es que se identifica al yo, a la voluntad individual, con esa sustancia pensante inmaterial, lo cual redunda en una visión “desencarnada” del individuo.
Esta visión del dualismo sustancial es ampliamente rechazada y se han hecho muchas críticas a cómo una sustancia no-física y no-espacial puede interactuar con un cuerpo que se extiende en el espacio y tener un rol causal en el control de sus movimientos. La cuestión de si hay una “sustancia” mental aparte de la materia física es compleja de resolver, pero ¿puede la materia conocer?
Hay investigaciones procedentes del campo de la neurología clínica denominadas “experiencias extracorporales” (out-of-body experiences, OBE) tratan de averiguar la relación entre la localización espacial del cuerpo y lo que percibe el sujeto. En una OBE la gente siente de forma consciente que su centro de experiencia está localizado fuera del cuerpo físico; los sujetos ven su cuerpo (autoscopia) y el entorno desde una localización extrapersonal elevada como en el caso siguiente:
“Estaba en la cama a punto de dormirme cuando tuve la clara impresión de que “yo” estaba a la altura del techo mirando hacia abajo a mi cuerpo en la cama. Yo estaba muy sorprendido y asustado; inmediatamente después, sentí que había vuelto conscientemente de nuevo a la cama” [1].
En otros fenómenos similares se ve el propio cuerpo a una cierta distancia (heautoscopia). Los pacientes que se observan “desde fuera” no sólo sienten que están fuera del cuerpo sino que están en ambas posiciones a la vez, como alguien sentado en una silla que se ve a sí mismo sentado en otra silla cercana. Algunas teorías consideran los datos observados durante las OBE como evidencias que reflejan una proyección real de un aspecto no-físico del yo en el espacio extrapersonal.
Otro tipo de ilusiones corporales muy estudiadas por neurocientíficos clínicos son las de los “miembros fantasma” (phantom limbs). Ramachandran y Hirstein dicen que casi todo el que tiene un miembro amputado sentirá “la vívida experiencia de que el miembro no solamente está aún presente sino que, en algunos casos, duele.”[2] Este tipo de experiencias desde luego no coinciden con la imagen que tenemos de la integración entre el cuerpo y el yo. Ver el propio cuerpo “cara a cara” no está justificado por ninguna experiencia anterior ni por una alteración de la espacialidad.
Si lo mental está asociado a una estructura sutil que puede separarse del cuerpo, probablemente sea una cuestión que en estos momentos no se pueda resolver. A pesar del materialismo imperante en la actualidad, la cuestión queda abierta. Algunos autores sugieren que las OBE reflejan la posibilidad de la supervivencia humana después de la muerte, lo que no quiere decir que exista necesariamente un alma como tal al modo cartesiano o religioso. Quizás en un futuro se desarrollen tecnologías con las que determinar si existen o no diferentes estructuras integradas, a modo de campos de información con diversos grados de sutilidad y diferentes funciones, que conformen al conjunto del individuo.
Al “yo” no se le encuentra en el cerebro
Los estudios sobre el cerebro muestran que este funciona como una totalidad dinámica y abierta al entorno. Parece que el “yo” debería ser una especie de centro de operaciones en el cerebro. Sin embargo, esto no es así. Aunque existe un proceso de diferenciación de áreas y redes activas, estas funcionan de un modo cooperativo y simultaneo, lo que pone en duda los mecanismos más reduccionistas de impulsos neurona-a-neurona.
El cerebro crea “mapas” que están en un proceso continuo de testaje o validación. Las investigaciones del premio Nobel Gerald Edelman muestran que hay un dinamismo en el que el cerebro “mapea los mapas” sin parar, categoriza las categorizaciones, correlaciona tipos de categorías y reentradas en paralelo (sensaciones, percepciones, recuerdos, ideas), hasta construir un mapa global (ver diagrama).
En este sentido, Edelman y Tononi han planteado la hipótesis del “núcleo dinámico” para las redes neuronales que intervienen en la experiencia consciente. Con este término resaltan tanto la integración de grupos neuronales como su composición continuamente cambiante, por lo que la consciencia del “yo” no correspondería a una estructura estable sino a un proceso.
Estos hallazgos tienen como consecuencia muy importante que en el cerebro no hay un centro de control único que actúe como lo haría un yo: la idea del “yo” parece estar más bien asociada a un sistema representacional integrado, distribuido sobre patrones cambiantes de conexiones sinápticas. El procesamiento en paralelo habla de una simultaneidad funcional en la que no es posible determinar qué parte regula a cuál y finalmente parece prevalecer la funcionalidad del cerebro como un todo. [3]
Diagrama de la conciencia de orden superior (Edelman y Tononi, 2002)
Memoria, identidad y “yo”
La concepción de lo que es la memoria ha sufrido un cambio importante en las últimas décadas y se ha descubierto que tiene un papel crucial tanto en la percepción como en la creación de la identidad individual. Antes se pensaba que la memoria era un mero almacén de información, mientras que hoy se ve como una actividad continuada y dinámica del cerebro.
Durante varias décadas, los psicólogos creyeron que los recuerdos, especialmente los de todas aquellas experiencias que estaban asociadas a emociones intensas, positivas o negativas, quedaban registrados en nuestro cerebro como si fueran fotografías. Este modelo ha quedado desfasado a partir de las investigaciones de Elizabeth Phelps y otros, especialmente con un estudio sobre los atentados contra las Torres Gemelas de Manhattan el 11 de septiembre del 2001. Los investigadores descubrieron que sólo once meses después del atentado, el 37% de los participantes había modificado sus recuerdos y que esa cifra se incrementaba según pasaba el tiempo. En algunos casos, las historias que recordaban se habían fortalecido y ganado en coherencia; pero en otros, algunos individuos llegaban incluso a afirmar que habían estado en un lugar distinto en el momento en que las torres se desplomaron [4]. Es como si aquel recuerdo traumático se hubiera degradado y transformado, seguramente influenciados por aquello que vieron posteriormente en los medios de comunicación. Edelman y Tononi proponen una metáfora geológica: “la memoria se parece más al proceso de fundirse y volverse a congelar de un glaciar que a una inscripción en una roca” [5].
Esto supone que nuestra memoria no es independiente del contexto social en que vivimos y que nuestros recuerdos son plásticos, es decir, que están continuamente rehaciéndose, integrando informaciones creadas por el sujeto. Pero aquí también se incurre en una paradoja, pues como dice el neurólogo portugués Antonio Damasio “los sí mismos autobiográficos son autobiografías hechas conscientes. Se basan en el campo de acción de la propia historia memorizada, tanto la reciente como la distante.”[6] Entonces el yo no tiene un estatus ontológico a priori independiente de las experiencias, es autobiográfico y a posteriori. Se pierde pues su unidad como ser, pues resulta construido.
Para otros autores, como Israel Rosenfield, la conciencia del “yo” está relacionada con la imagen corporal que se crea en el cerebro en forma de una serie de mapas que representan las diferentes partes del cuerpo. Las investigaciones muestran cómo el sentido de identidad consciente se genera a partir del flujo de percepciones y la integración de numerosas experiencias en el tiempo y en el espacio, una historia personal única, lo que genera un “bucle” que hace que aparentemente no pueda haber memoria personal sin conciencia, pero tampoco consciencia (del yo) sin memoria.[7] Todas nuestras experiencias conscientes son “autorreferenciales”, el “yo” existe cuando se recuerda y en parte mantiene su unidad a asociarse a un cuerpo que sirve de referente espaciotemporal en la percepción de las cambiantes informaciones del mundo [8].
Los casos que aporta para apoyar su teoría tienen que ver con los ya mencionados de los miembros fantasma y otros, como el experimento de la mano de goma, que se ha hecho popular al haber aparecido en el programa Brain Games de National Geographic. Si se oculta la mano izquierda de un sujeto y se acarician simultáneamente la mano izquierda y la mano de goma (que está la vista) con un punzón o pincel, al cabo de unos minutos el sujeto siente que la mano de goma forma parte de su cuerpo, debido a que la integración de la información visual y táctil en el cerebro crea esa ilusión. El hecho de que el cerebro asuma como propio un miembro de goma que nada tiene que ver con el propio cuerpo, hace pensar que también existe una relación entre las creencias y los mapas neuronales relacionados con el cuerpo y la autoimagen. Esto apoyaría que la autoconciencia no es sólo una facultad, sino que puede ser una construcción.
¿Muchos yoes?
Otro argumento que hace inconsistente la idea de un “yo” para la neurociencia es precisamente la existencia de varios o muchos yoes. Son muy conocidos los trabajos ya clásicos de Roger Sperry (más tarde con su colega Michael Gazzaniga), sobre pacientes con cerebro escindido o dividido (split brain). Al seccionar el cuerpo calloso que conecta los dos hemisferios cerebrales a pacientes que sufrían de epilepsia, vieron que el “yo” también se dividía en dos, pues se daban casos en los que el paciente intentaba realizar dos acciones diferentes a la vez y a veces contradictorias.
Otro resultado sorprendente de estos experimentos fue cómo el hemisferio izquierdo hacía de intérprete de la conducta iniciada por el hemisferio derecho, pero de una forma un tanto asombrosa, pues “cuando el hemisferio izquierdo no conoce las razones de la conducta del organismo se inventa una historia plausible para interpretarla. En otras palabras: para ese yo del hemisferio izquierdo una historia plausible, pero falsa, es mejor que ninguna.” [9] La división de las conexiones entre los dos hemisferios había “creado” un segundo yo hasta ahora desconocido, pues el del hemisferio dominante o parlante se había considerado el único. Luego, el yo emerge como fruto de un proceso de integración de la información en el cerebro.
La “película” en el cerebro
En este sentido, una de las posibles soluciones al enigma de cómo la mente y el yo emergen del cerebro es la que propone Damasio haciendo la analogía de una película: es necesario dividir el problema en dos partes y la primera se refiere a la generación de una “película-en-el-cerebro”. Con “película” se refiere metafóricamente a la composición integrada y unificada de diversas imágenes sensoriales (visual, auditiva, táctil y otras) que constituyen “el espectáculo multimedia que llamamos mente”. La segunda parte tiene que ver con el yo y la generación automática de un sentido de propiedad de esa “película-en-el-cerebro”, causada por la primera [10]. Así, el sentido del yo en el acto de conocer emerge en el interior de la propia “película”, es decir, la autoconsciencia forma en realidad parte de esa película, ya que crea en un mismo marco “lo observado” y “el observador”, “lo pensado” y “el pensador”: no hay un espectador externo.
Si pusiéramos el ejemplo de una cámara de video, el yo no sólo se apropia de lo que la cámara está grabando, sino que estaría permanentemente “rebobinando” y proyectando la película para referenciar cada escena respecto a lo que ya fue registrado y categorizado anteriormente. Lo que percibimos, más que la realidad en sí, parece una recreación mental en la que cierta coherencia integra las experiencias de modo autorreferencial, en torno a un núcleo que cobra la curiosa propiedad de sentirse una entidad real, cuando en verdad es virtual. Como afirma el profesor F.J. Rubia: “el yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real” [11]
Surge entonces una nueva contradicción: si todo es procesamiento neuronal ¿cómo se distinguen en el cerebro dos tipos de información, una relacionada con objetos o con pensamientos y otra con un yo? ¿Cómo pueden las partes (neuronas) crear un todo complejo que se siente el protagonista único y el propietario de la compleja actividad cerebral? ¿Cómo un ente ilusorio creado en el oscuro interior del cerebro puede asegurar que percibe una realidad objetiva fuera de él, tal como afirma la misma ciencia, a la que luego llama “mi experiencia”? Sin embargo, no dejamos de tener la sensación de continuidad en la existencia consciente.
El “giro copernicano” de la conciencia
141 De aquí se derivan consecuencias muy importantes para el ámbito ético, pues para la filosofía Advaita la acción recta es la que se realiza en el presente cognitivo, a través de una naturalidad y espontaneidad que va más allá de connotaciones morales. El término sánscrito Dharma, se refiere a la acción realizada sin que intervenga el mecanismo cognitivo que hace que el yo virtual fragmente la experiencia y se apropie de ella, extrayéndola mentalmente del flujo continuo de lo que acontece. Tratar la ética desde la perspectiva cognitiva es un campo de investigación novedoso que puede ser muy fructífero.
La ciencia neural y la psicología muestran que sujeto y objeto son constructos del procesamiento dinámico de la mente-cerebro, por lo que se han convertido en virtuales, y que por tanto no hay una individualidad claramente definida del sujeto, por lo que se necesita otro modelo.
El sujeto y el objeto mental dependen de la memoria y son interdependientes, pues no hay objeto sin las categorías subjetivas, ni sujeto sin experiencia de los objetos; ninguno existe por sí mismo y ambos comparten informaciones. Esto hace que se cuestione la realidad de ahí afuera como sólo pensada, lo que es contradictorio con la pretendida objetividad de la ciencia basada en el realismo filosófico.
Un sujeto virtual no puede conocer la realidad de unos objetos que a su vez son separados cognitivamente del fluir de los eventos en el presente. El procesamiento mental es rapidísimo y los fotogramas de la película se proyectan de modo que parece haber una imagen continua. Pero lo que el sujeto experimenta nunca es un presente vivido, siempre es un “presente” recordado, que es recreado por la mente en un instante en el que esa realidad ya no está sucediendo. De este modo, la forma entrecortada como el cerebro procesa la información es la causa de que sujeto y objeto aparezcan desligados del fluir de una realidad que así se torna incognoscible. El problema pasa de lo óntico a lo cognitivo y parece que Kant se ve reafirmado por la ciencia.
Las técnicas de aquietamiento de la mente o meditativas nos traen otra imagen de la realidad y de la relación sujeto-objeto, incluso ganan vida y calidad consciente al ser iluminados por la atención presencial. Con la intensa atención al fluir de los eventos que suceden en lo que podríamos llamar un tiempo cero (T0) continuo, el Presente, “el aquí y ahora”, se da una correspondencia entre el flujo cognitivo y el de la existencia misma, sin intermediación. El sujeto fluye también diluido en la acción y en el conocer, perdiendo la dependencia de la biografía de un yo continuamente “remapeado”. Es otro sujeto, fluyente, atento y más vivo que percibe un campo continuo de eventos, sin la necesidad de validarlos ni autovalidarse separándose de lo que ocurre.
Si puede haber cognición sin “yo”, la capacidad de atestiguamiento es una fuerza primaria previa a la conformación del propio “yo”. El “yo” es un resultado de la cognición, no su causa o, dicho de otro modo, la causa de la cognición es la conciencia, no el “yo”. Y esto es un cambio de paradigma que exige un vuelco rotundo en la consideración del papel que juegan ambos en el ámbito cognitivo y ontológico.
Se trata, pues, de un “giro copernicano” de la conciencia, en el sentido de que antes la conciencia giraba en torno a la mente y al yo. Ahora, la conciencia ha de ser considerada como la cualidad más estable y continua de la existencia humana, mientras que el yo, fragmentado, cuantizado y cuantizante, hecho de retazos de historia, es como un bucle en el procesamiento neuronal, y a veces está y a veces no.
Este giro derivado del pensamiento Advaita puede dar luz a muchos problemas de la psicología y la filosofía, aunque se abren otros nuevos retos: si sujeto y objeto parecen estar constituidos por información ¿son esencialmente diferentes? ¿Puede superarse la dualidad sujeto-objeto a través de una visión informacional y no-dualista de la realidad y de la conciencia? Parece que esto es justamente lo que se experimenta en los estados profundos de meditación que se analizarán en otro apartado.
El “giro copernicano” de la conciencia.
Se representa, de un modo similar al planetario, el cambio de paradigma que supone tomar al yo (b) o a la conciencia (a) como centros conceptuales. Otra interpretación inversa, como en la teoría de conjuntos, muestra que en (a) la mente y la conciencia serían parte del yo y en (b) el yo sería una parte de la mente, mientras que la conciencia sería más inclusiva y universal. (J. Velasco, 2017)
Referencias
La mayor parte de la información de este apartado está recogida de:
- Velasco Cabas, J. (2017). El tejido no dual de la realidad. Ed. Afvas.
Blanke, O., Landis, T., Spinelli, L., y Seeck, M. (2004). “Out‐of‐body experience and autoscopy of neurological origin.” Brain, 127(2), 243-258.
Irwin, H. J. (1985). “Flight of mind: A psychological study of the out-of-body experience.” Metuchen, NJ, Scarecrow Press.
[2] Ramachandran, V. S., y Hirstein, W. (1998). “The perception of phantom limbs”. Brain, 121(9), 1603-1630. [3],[5],[8] Edelman, G. y Tononi, G. (2002). El universo de la conciencia. Cómo la materia se convierte en imaginación. Barcelona: Crítica.[4] Hirst, W., Phelps, E. A., Buckner, R. L., Budson, A. E., Cuc, A., Gabrieli, J. D., … y Vaidya, C. J. (2009). “Long-term memory for the terrorist attack of September 11: flashbulb memories, event memories, and the factors that influence their retention.” Journal of Experimental Psychology: General, 138 (2), 161. [6] Ver Damasio, A. (2010). Y el cerebro creó al hombre. Barcelona: Ed. Destino, especialmente el capítulo 9 sobre el sí mismo autobiográfico, pp. 319 y ss.[7] Rosenfield, I. (1993). The strange, familiar, and forgotten: An anatomy of consciousness. N. York: Vintage.