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EL PRESENTE EN EL PSICOANÁLISIS 

                                                                                (ver artículo: Introducción al Psicoanálisis)  

Con el inconsciente en escena -o camuflado en ella- se hacen evidentes dos acepciones particulares del ‘tiempo’, descritas por el psicoanálisis como ‘temporalidad’ y ‘atemporalidad’, sumándose a las ‘otras’ enunciadas por la física, la matemática y la filosofía (Caparros, 2017, p. 17), de forma respectivamente complementaria o incluso antagónica. 

La temporalidad caracteriza a la conciencia, conformando “esa región particular del tiempo que se enuncia centrada en cada sujeto y que tiene como fin dotarle de sentido” (Ib., p. 43), según el psicoanalista Nicolás Caparros. En este sentido la temporalidad discurre paralelamente a la concepción del tiempo termodinámico, sin resultar estrictamente sinónimos.

Por otro lado la atemporalidad hace lo propio con el inconsciente (Ib., p.189); “Más allá del principio del placer, 1921” es una de las obras freudianas en las que se menciona explícitamente el problema del tiempo en relación a este último: «El principio kantiano de que el tiempo y el espacio son dos formas necesarias de nuestro pensamiento, hoy puede ser sometido a discusión como consecuencia de ciertos descubrimientos psicoanalíticos».

A continuación, expone:

«Hemos visto que los procesos anímicos inconscientes se hallan en sí fuera del tiempo. Esto quiere decir, en primer lugar, que no pueden ser ordenados temporalmente, que el tiempo no cambia en ellos y que no se les puede aplicar la idea de tiempo. Tales caracteres negativos aparecen con toda claridad al comparar los procesos anímicos inconscientes con los conscientes. Nuestra abstracta idea del tiempo parece más bien basada en el funcionamiento del sistema Preconsciente-Consciente, correspondiente a una autopercepción del mismo. En este funcionamiento el sistema parecería otro medio de protección contra las excitaciones. Sé que todas estas afirmaciones parecerán harto oscuras; más por ahora nos es imposible acompañarlas de explicación alguna.»

Posteriormente dichas explicaciones fueron evadidas o aportadas con distintos grados de profundidad por las corrientes psicoanalíticas que se fueron derivando de la freudiana y, de entre estas últimas, una de las que trató de profundizar más hondamente en el asunto fue la lacaniana, fundada homónimamente por Jacques Lacan. Lacan se dio cuenta de que en la psique los acontecimientos presentes afectan a posteriori a los pasados, puesto que el pasado sólo existe en la psique como un conjunto de recuerdos constantemente reelaborados y reinterpretados a la luz de la experiencia presente. En otras palabras, lo que le interesaría entonces al psicoanálisis no es la secuencia pasada real de los acontecimientos en sí, sino el modo en que esos acontecimientos se encuentran en el presente en la memoria, y el modo en que el paciente los comunica.

Cuando Lacan dice que la meta de la cura es “la reconstitución completa de la historia del sujeto”, aclara que lo que él entiende por “historia” no es simplemente una secuencia real de acontecimientos pasados, sino “la síntesis presente del pasado”. “La historia no es el pasado. La historia es el pasado en cuanto está historizado en el presente” (Evans, 2007, p.188).

Presente, inconsciente y transferencia

Dada la importancia de los conceptos de Inconsciente y Transferencia para el psicoanálisis, sus nociones de presente y de presencialidad se encuentran estrechamente relacionadas con ambos.

En lo que hace al Inconsciente dicha articulación se hace evidente en dos acepciones psicoanalíticas del ‘tiempo’, la ‘temporalidad’ y ‘atemporalidad’.

La temporalidad caracteriza a la conciencia, conformando “esa región particular del tiempo que se enuncia centrada en cada sujeto y que tiene como fin dotarle de sentido” (Caparros, 2017, p. 43). Siendo así, la temporalidad discurre paralelamente a la concepción del tiempo termodinámico, sin resultar estrictamente sinónimos.

Por otro lado la atemporalidad hace lo propio con el inconsciente. En “Más allá del principio del placer” Freud menciona explícitamente el problema del tiempo en relación a este último: «Hemos visto que los procesos anímicos inconscientes se hallan en sí fuera del tiempo. Esto quiere decir, en primer lugar, que no pueden ser ordenados temporalmente, que el tiempo no cambia en ellos y que no se les puede aplicar la idea de tiempo. Tales caracteres negativos aparecen con toda claridad al comparar los procesos anímicos inconscientes con los conscientes. Nuestra abstracta idea del tiempo parece más bien basada en el funcionamiento del sistema Preconsciente-Consciente, correspondiente a una autopercepción del mismo.» (Freud, 1920, p. 125).

Un concepto importante es el de la Transferencia, que designa el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan de un modo especial dentro de la relación analítica (siendo en este caso el psicoanalista el objeto sobre el que se opera dicha actualización). En la Transferencia, el presente hace referencia al cruzamiento entre:

  • la temporalidad del sujeto, paralela al curso cronológico de la sesión
  • la atemporalidad del inconsciente, en tanto algún contenido reprimido que lo compone se actualiza, se hace presente, durante el ejercicio de ‘asociación libre’ que se le solicita al paciente
  • y la atención del analista, quien ‘en oportunidad de lugar y tiempo’ introduce su ‘interpretación’ de dichos contenidos actualizados (siendo la cura en el psicoanálisis justamente la accesibilidad del paciente a este ‘sentido’)

Vale la pena ratificar que el psicoanálisis no fue fundado ni actualizado a posteriori, en relación a las corrientes terapéuticas que contemporáneamente han resignificado el ‘presente’ en torno a nociones tales como el ‘el aquí y el ahora’, cotidiano del paciente, basando la terapia en la reorientación de su atención en esa dirección.

Tal como a partir de la temporalidad y de la atemporalidad surgieron respectivas acepciones acerca del sustantivo ‘tiempo’, subsecuentemente en base a estas hicieron lo propio otras para con las tres declinaciones subjetivas del mismo: pasado, presente y futuro.

En particular de lo que hace al sustantivo que denominamos ‘presente’, encontramos la referencia mas concreta del mismo en la antes mencionada transferencia. Esta designa el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica, siendo en este caso el psicoanalista el objeto sobre el que se opera dicha actualización (Laplanche, 2004, p.439).

En este sentido, podríamos diagramar la transferencia como el cruzamiento entre:

  • la temporalidad del sujeto, paralela al curso cronológico de la sesión
  • la atemporalidad del inconsciente, en tanto algún contenido reprimido que lo compone se actualiza durante el ejercicio de ‘asociación libre’ que se le solicita al paciente
  • y la atención del analista, quien ‘en oportunidad de lugar y tiempo’ introduce su ‘interpretación’ de dichos contenidos

La interpretación se halla en el núcleo de la doctrina y de la técnica psicoanalítica, en tanto podría caracterizárselo por la puesta en evidencia del sentido latente de un material, sacando así a la luz las modalidades del conflicto defensivo en torno al mismo, y apuntando en último término al deseo que se formula en toda producción del inconsciente (ib. p. 201).

La comunicación en el ‘aquí y ahora’ de la sesión con miras a hacerla accesible al paciente, constituye la cura en el psicoanálisis, y da cuenta de la acepción de ‘presente’ que éste concibe.

Resumen

Las tradiciones de herencia ilustrada ponían el énfasis en la experimentación, mientras que el cisma iniciado por Freud lo hacía en la clínica, bifurcándose luego entre si axiomáticamente. Las primeras tomaron como punto de salida a la “normalidad” y la “salud mental”, y como horizonte a la superación a través de la razón; y en el caso del segundo, a la patología como punto de salida, sea esta la “neurosis” (como estructura de la personalidad promedio de los seres humanos), la psicosis o la perversión, y como horizonte la mejor comprensión de dichas estructuras, y paradójicamente no sus “curas”, inalcanzables por definición.

Ante el mundo que pretendía conquistar, Freud presentó el psicoanálisis como una revolución. El psicoanálisis, solía decir, representa el tercer gran golpe a la autoestima del género humano (Gay, 1989). El primero fue la demostración de Copérnico de que el ser humano no era el centro del universo. El segundo, la demostración de Darwin de que el ser humano era un animal que, como los demás, formaba parte de la naturaleza. Freud aseguraba que el tercer golpe asestado a la autoestima humana era su propia demostración de que el yo humano no es el amo y señor de su propia casa.

Ahí donde creíamos ser dueños y señores de nuestro ‘mundo interior’ o psicológico, no lo somos, y donde creíamos saber, no sabemos. A ese ‘no lugar’ (desde la perspectiva sistematizadora de la primera teoría freudiana sobre el aparato psíquico) o a ese ‘no saber’ (desde la perspectiva funcional de la segunda) Freud lo equiparo con ‘el inconsciente’, dotando de nuevos significados a este término ya circulante, y allegando el consuelo subsiguiente  -o bien velada amenaza – de que podremos explorar algo de ‘Ello’ (o mejor dicho no solo del Ello, sino también de lo inconsciente en el Yo y en el Súper Yo), gracias a la terapia psicoanalítica y su mecanismo de transferencia.

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